La Banalización del Mal

01/Ago/2011

CCIU, Editorial

La Banalización del Mal

1-8-2011 Así expresó Hanna Arendt, entonces corresponsal del New York Times, el sentimiento que le generó escuchar los testimonios de Adolf Eichmann en el comienzo de los años 60 en su juicio en Israel. Expresó esta frase emblemática en su libro Eichmann en Jerusalem, editado en 1963.
En los campos de concentración, trabajos de esclavos, marchas de la muerte, fusilamientos en masa, experimentos criminales en mujeres y hombres, murieron mucho más de seis millones de personas. Murieron sí seis millones de judíos, pero además, medio millón de gitanos, cientos de miles de comunistas, socialistas, homosexuales, “indeseables”, partisanos, sacerdotes católicos y prisioneros de guerra, entre otros.
Cuando Zygmunt Bauman en su libro Modernidad y Holocausto, expresa que se trata “del mayor asesinato administrativo de la modernidad”, se refiere a dos conceptos que complementan en forma “estremecedora”, lo dicho por Harendt. No hubiera sido posible concretar el mayor genocidio que conoció la humanidad, sin un disciplinado, inamovible y férreo aparato burocrático. Y más aún, la Shoá no es una herida de la humanidad, sino un “fruto” de la modernidad. Los nazis y sus países aliados eran tan modernos como lo somos hoy, nada de ello ha cambiado y todo podría volver a repetirse de una forma u otra, con tal o cual grupo humano, en circunstancias amparadas por los mismos principios: banalización, burocracia, falta de entendimiento de lo que realmente significó ese episodio luctuoso. Ese paradigma imposible de resolver, dado que la cuantía y dimensión de la tragedia, es precisamente lo difícil de decodificar para las mentes sanas, de valorización humana y de amor y respeto al prójimo.
Debemos agregar, que tampoco hubiera sido posible para los nazis y sus aliados, llevar a la práctica su doctrina de “solución final” para los judíos y otros colectivos, sin una activa complicidad de enormes corporaciones, productoras de todo tipo de bienes y servicios, que mirando a un costado, lucraron con dichas masacres. Así se tratara de fabricación de hornos, funcionamiento de trenes, censos raciales, producción de Zyklon B para gasear a hombres mujeres y niños.
Un millón y medio de niños judíos gaseados y tirados a los hornos como leña, es algo monstruoso para escribir, describir, realizar y comprender sin todos los conceptos antes descritos.
¿Qué pasa hoy en Uruguay con los dichos de diplomáticos iraníes acreditados en nuestro país?
Se reitera la lógica reacción consecuente de la comunidad judía, pues “la herida” de nuestros seres queridos asesinados, es una herida no cerrada que no cicatrizará ni hoy ni nunca, pero se siguen corriendo los mismos riesgos.
No elevan su voz “los demás deudos”, quizá la comunidad gitana en Uruguay no esté lo suficientemente organizada, pero ¿dónde están los socialistas, los comunistas, los homosexuales, los demás?
Es verdad que viven aún en Uruguay sobrevivientes judíos, pero también es cierto que quedan pocos pues son ancianos y ancianas fatigados(as) por la angustia hecha piedra en sus corazones; también van muriendo los notables escritores no judíos víctimas de los campos de concentración y exterminio como el Dr. Víctor Fraenkel, austríaco católico y Jorge Semprún, socialista español, entre tantos.
Quedamos pues solo nosotros: la sociedad uruguaya entera y a solas para resolver el tema. Incluimos a nuestros gobernantes, políticos y fuerzas vivas para tomar las medidas más severas con estos diplomáticos neonazis, de un régimen iraní neonazi, tan imperialista como fueron los alemanes de época, que tan bien sabe “acordar” como supieron los nazis en el famoso pacto con Stalin, que tan bien supo presentarse como “cordero” y dilatar la entrada a la guerra de Inglaterra por lo pusilánime de Chamberlain, que supo unir fuertes potencias en “su eje” como los italianos y japoneses, y que tan bien supo conquistar toda Europa, el norte de África, incluso supo huir a nuestras tierras latinoamericanas, estableciendo férreos mojones en Argentina, Paraguay, Brasil, Chile, Bolivia.
Esta parece ser una macabra similitud histórica, donde la burocracia se paraliza y hace lo poco que sabe hacer, la gente de buena voluntad no actúa- salvo respetadas y loables excepciones- porque no lo puede creer y los pérfidos socios se alían tras un monstruo disfrazado de cordial, de opción económica rentable, de un “no pasa nada” tan trivial como peligroso.
Hay mucho por hacer, pero a los simples ciudadanos de la sociedad civil no nos corresponde dar sugerencias. Esa responsabilidad le compete íntegra y enteramente a nuestro gobierno.
Sí podemos, a esta altura “exigir” que la Shoá se enseñe en nuestra enseñanza. Si no se enseñasen otros genocidios como el de Paraguay, o el armenio, pues enseñémoslos a todos. Ya podemos incluir el de Sudán provocado por los integristas islámicos del hoy Sudán del Norte, y habremos de agregar otros tantos mientras se siga creyendo que la Shoá es un “problema judío”.
Es un problema de la Humanidad, de todos y cada uno de los ciudadanos de este mundo tan moderno y más peligroso aún que el del siglo XX. Cuidado con la apatía y la banalización.